martes, 20 de diciembre de 2011
Maese Raposo
Ya llevábamos viendo al zorro
varios domingos y, como aquel año no era bueno para el conejo (la
“mixomatosis” y la “hemorragia vírica” seguían causando estragos entre
sus filas), no queríamos que “maese raposo” fuese el causante de más
bajas en la sufrida población de lepóridos de nuestro coto y, por ello,
nos hicimos el firme propósito de acabar con sus andanzas en cuanto se
nos brindase una oportunidad.
“Maese raposo”,
como así le llamábamos los de la cuadrilla, era un viejo macho, con una
cola enorme (alcanzaba casi los cuarenta centímetros de longitud),
densamente poblada y de color casi negro, que contrastaba con el color
de su pelaje que, en el lomo, adquiría tintes plateados, lo que nos
hacía suponer que debía tener cinco o seis años de edad (los zorros
pueden llegar a alcanzar 7 u 8 años de vida) y una experiencia que le
había permitido sobrevivir a cuantas dificultades se había encontrado
hasta el momento presente.
Era realmente astuto y siempre que lo habíamos vislumbrado, había sido
de forma fugaz: en alguna asomada, entre dos luces o al clarear el día
y, por supuesto, siempre fuera del alcance de nuestras escopetas. Todos
le teníamos ganas pero no se nos presentaba oportunidad alguna de acabar
con sus andanzas y correrías por el coto. La “hura” que utilizaba como
domicilio se hallaba enclavada en lo más espeso del matorral que ocupaba
una buena parte de la finca, casi en su centro geográfico y, debido a
la densidad de la maleza de la zona, no cabía posibilidad alguna de
darle.
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